Es por la educación que las nuevas generaciones se transforman y perfeccionan. Para una sociedad nueva son necesarios hombres nuevos. Por eso, la educación desde la infancia es de importancia capital.
No basta al niño los elementos de la ciencia. Aprender a gobernarse, a conducirse como ser consciente y racional, es tan necesario como saber leer, escribir y contar: es entrar en la vida armado no solamente para la lucha material, sino, principalmente, para la lucha moral. Es en eso en lo que menos cuidado se tiene. Prestase mucha más atención en desarrollar las facultades y los lados brillantes del niño, que sus virtudes. En la escuela, como en la familia, hay mucha negligencia en esclarecerles sobre los deberes y sobre su destino. Por lo tanto, desprovisto de de principios elevados, ignorando el objetivo de la existencia, en el día en que entre en la vida pública se entrega a todas las trampas, a todos los arrebatos de las pasiones, en un medio sensual y corrompido.
Incluso en la enseñanza secundaria, se empeñan en llenar el cerebro de los estudiantes con un acervo indigesto de nociones y hechos, de fechas y nombres, todo en detrimento de la educación moral. La moral de la escuela, desprovista de sanción efectiva, sin ideal verdadero, es estéril e incapaz de reformar a la sociedad.
Más pueril todavía es la enseñanza dada por los establecimientos religiosos, donde los niños son dominados por el fanatismo y la superstición, no adquiriendo sino ideas falsas sobre la vida presente y la futura. Una buena educación es raras veces, obra de un maestro. Para despertar en el niño las primeras inspiraciones al bien, para corregir un carácter difícil, es necesario a veces la perseverancia, la firmeza, una ternura de que solamente el corazón de un padre o de una madre puede ser susceptible. Si los padres no consiguen corregir a los hijos, ¿cómo podría hacerlo el profesor que tiene un gran número de discípulos para dirigir?
Esa tarea, sin embargo, no es tan difícil como se piensa, pues no exige una ciencia profunda. Pequeños y grandes pueden realizarla, a condición de que se imbuyan del objetivo elevado y de las consecuencias de la educación. Sobre todo, es preciso que recordemos que esos espíritus vienen a cohabitar con nosotros para que les ayudemos a vencer sus defectos y les preparemos para los deberes de la vida. Estudiemos desde la cuna, las tendencias que el niño ha traído de sus existencias anteriores, apliquémonos en desarrollar las buenas y aniquilar las malas. No le debemos dar muchas alegrías, pues es necesario habituarle desde pronto a la desilusión, para que pueda comprender que la vida terrestre es ardua y que no debe contar sino consigo mismo, con su trabajo, único medio de obtener su independencia y dignidad. No tratemos de desviar de él las acciones de las leyes eternas. Hay obstáculos en el camino de cada uno de nosotros, solamente el criterio enseñará a eliminarlos.
La educación basada en una concepción exacta de la vida, transformaría la faz del mundo. Supongamos cada familia iniciada en las creencias espiritualistas sancionadas por los hechos y enseñándolos a los hijos, al mismo tiempo que la escuela laica les enseñase los principios de la ciencia y las maravillas del universo: una rápida transformación social se operaría entonces bajo la fuerza de esa corriente doble. Todas las llagas morales son provenientes de la mala educación. Reformarla, colocarla sobre nuevas bases traería a la Humanidad consecuencias inestimables. Instruyamos a la juventud, aclaremos su inteligencia, pero, ante todo hablemos a su corazón, enseñémosles a despojarse de sus imperfecciones. Recordemos que la sabiduría consiste en volvernos mejores.
DENIS, Léon. Despues de la Muerte. 17. ed. FEB, Rio de Janeiro, 1991, p. 309-312.
Tradución: Claudia Bernardes de Carvalho
Ilustración: site Educación em Valores